10.12.07


(...) Fue así. El litoral estaba bien feo, estaba nublado y las olas estaban opacas, como si tuvieran una cáscara de petróleo encima. Casi al final del día se despejó y nos sentamos en las carcomidas barandas de cemento. Te invité un helado de esos de cono. Como si fuera tan corriente para mí. Para ti lo fue. Es que tú no sabes nada de mí, crees que puedes entenderme tratando de poner atención a mis preguntas o mirándome bien a los ojos cada vez que me cuentas una historia tuya. Pues bien, no sabías que hace mil años no tomaba helados de cono o de la clase que fuera. No sabías lo extraño que era para mí. Y podría haberme enamorado en un segundo de ti si me hubieras preguntado ¿hace cuánto que no te comías un helado? (...)