30.6.09



Una tarde me olvidé que estaba ahí, abrí la cortina y no pensé nada más. Me senté y me tome mi sopa, así lentamente, sin pensar en nada. Esa misma noche leí un capítulo de un libro cualquiera, y no decía nada que fuera a significar algo importante para mí, porque yo ya me había olvidado que estaba ahí. Repetí las mismas frases, buenos días, buenas tardes, buenas noches, la misma sonrisa mecánica, las mismas "gracias" entredientes al abrirme la puerta del ascensor. Bajé los mismos peldaños rotos y caminé por la misma vereda meada y recontra caminada. Yo ya me había olvidado de mí. Y no sabía que tenía que acordarme cada mañana de cada día, que yo estaba ahí. Ahí, junto con los muebles, el oxígeno y el ruido de la lluvia, los autos y las risas de los parqueadores de autos, el cántico enfermante de los fieles de la iglesia en frente. Yo estaba ahí. Y varios años más tarde, un día como hoy, recordé que estaba, que yo era, que había sido, que podría seguir siendo, si me atreviera a recordarlo, a recordármelo cada mañana. Y según avanzaba la fila para pesar el pan, iba entendiéndolo mejor, todo parecía encajar, a veces a la fuerza, pero encajaban las cosas al fin y al cabo. Y por unos momentos entre que la cajera recibía mi billete y me daba las monedas del vuelto, por un momento, yo era... yo sabía que era. Y me llené de entusiasmo y de esperanza y de amor por el mundo. De verdad que así fue. Pero, en algún instante me distraje, no sé cuándo, y nuevamente olvidé que estaba ahí.