28.11.11

Frank

Frankenstein le dijo a su novio: -No me odies-

El novio no dijo nada y sólo le acarició los mechones de cabello que colgaban de su deforme cabeza. Luego se dio medio vuelta y se marchó.

Frankenstein, dolido y humillado, suspiró ahogadamente. A lo lejos se observaba un tupido y oscuro bosque de pinos. -Tal vez deba regresar-, pensó. Mientras, el novio se alejaba rápidamente por el sendero lleno de flores que había tomado, de pronto Frank tomó la escopeta que llevaba a sus espaldas, apuntó con firmeza y de un sólo tiró logró darle a la cabeza del novio. Volvió a colgarse la escopeta y retomó el camino de regreso.

Era ya de noche cuando Frank finalmente lograba llegar a la entrada del bosque.
-Nadie nunca podrá encontrarme acá-, se lamentó. -Pasaré toda mi vida esperando que alguien más entre, nadie se atreve, es tan oscuro. Pero es todo lo que tengo-, sollozó.

En la oscuridad del bosque los horrorosos rasgos de Frank no se veían tan terribles. Algunos rayos de luna se colaban entre medio de las copas de los árboles. Siguió caminado hasta llegar a un claro donde lo esperaba su padre.
-Otra vez- Habló el hombre.
-Sí, aunque de verdad llegué a creer que esta vez sí lo lograría. Creí que todo era posible en esta vida. Mírame, soy un monstruo y sigo viviendo, respirando, admirando todo lo bello que me rodea, aunque a veces me sienta como la cosa más despreciable del universo. Estoy aquí- Argumentó Frank.
-Creo que es mi culpa, hijo. Supuse que no notarían la diferencia. Pero para los demás eres demasiado extraño, no encajas. Nunca llegarán a conocerte de verdad porque a sus ojos estás hecho de partes de cadáveres- Insistió el padre.
-Para qué me creaste, padre, con que razón?. La verdad es que ya ni me interesa saber. Pasé todos estos años tratando de entenderlo y ya no sé si cambiarían en algo las cosas si acaso consiguiera esa respuesta. Me dijiste que era especial, que era distinto. Para mí ellos son los monstruos, son fríos y crueles, egoístas y miedosos. Ninguno podría ser capaz de pasar una sola noches en este bosque. Sólo a la luz se sienten seguros, e incluso así andan pendientes de sus espaldas. Yo en cambio, que he tenido que sobrevivir en este lugar, me he atrevido a salir también, sabiendo que a pleno sol cada cicatriz, cada bulto, cada deformidad quedará al descubierto. No, padre, no soy especial, no soy distinto. Solo soy yo: Frankenstein-

El padre suspiró y trató de acercarse a su hijo, pero a pocos instantes de abrazarlo, se detuvo. Gruesas lágrimas caían por sus ancianas mejillas. Su voz grave se suavizo. - Hijo, creo que ya no podré acompañarte más. Te enseñé todo lo que sabía y ahora es tu turno de ver las cosas por ti mismo. Aunque hace tiempo que ya lo estás haciendo. Debo ser honesto Frank. No sé si algún día volverán por ti. Siento que no. Y no hace feliz la idea de que te quedes vagando eternamente en este lugar, ni que vayas de caza a las afueras sólo porque quieres demostrar algo. No puedes obligar a la gente a que se quede a tu lado. Bueno, a veces pensé que éste era tu hogar, pero la verdad es que estos bosques se están haciendo muy viejos para ti. En algún momento van a morir o sucumbirán ante alguna tormenta y arderán en llamas. Hijo, yo voy a partir mañana temprano. Creo que luego de mi partida deberías pensar en marcharte también. Hemos visto tantas cosas que a nadie parecen interesar. Es cierto, te dije que eras especial y distinto, todos lo somos y todos, al mismo tiempo, nos comportamos como monstruos también. Tal vez esas partes que uní para crearte, te hicieron ver las cosas, la vida, como a través de un prisma, haciéndote creer que existían muchas realidades y que tal vez, pertenecías a una de ellas. Pero no olvides que dentro de ti hay algo que nadie más tiene, aunque eso lo debes descubrir tú solo. Ninguna otra persona puede ver y nadie te lo puede quitar. Lamento que hayas creído que éste era tu hogar, tu único hogar. Nadie te rescatará, nadie te salvará. Si ya has aprendido a amar, si ya has sido amado, por corta que haya sido esa experiencia, entonces no te queda nada más que hacer en estos bosques. Eso es lo único que nos distingue de las bestias y de los monstruos: Amar.

El padre abrazó por última vez a Frank. Tomó su bolso y lo acomodó para echarse a dormir sobre él. A la mañana siguiente, cuando Frank trató de despertarlo, se dio cuenta que ya había partido, tal y como lo hubiera anunciado la noche anterior.
Frank cavó una fosa a las orillas del lago junto al bosque y enterró a su padre. Cogió las pocas cosas que tenía y sin mirar atrás emprendió su viaje.

1.5.11

Sobredosis de consciencia

Me pitié. Estoy sonado. En todo caso, a mi nadie me prometió nada. Fue todo idea mía. No sé en qué minuto se me metió en la cabeza que alguien me debía algo. Y algo grande. Me armé ese cuento yo solito. Con argumentos imaginarios y deudores y cómplices y malos y buenos.

Ayer me vomité todo encima. Fue a la salida del banco. Ni sé cómo llegué hasta ahí, iba a buscar lo que me pertenecía. Pero la cajera estúpida no entendió nada. Llamó a los guardias y me echaron. Afuera el aire me pegó fuerte y me mareé. Una señora me ofreció una botella con agua y un pañuelo para que me limpiara, pero ni la miré siquiera. La dejé con las cosas en la mano vieja y flaca, estirada en el aire como una rama seca. No necesito los consuelos de una vieja miserable.
Me fui caminando todo vomitado, ignorando a los demás transeúntes; porque si lo hago todo el tiempo, por qué no habría de hacerlo ahora? Las normas de la calle son bien raras. Es como un salón de baile, no: es como un evento extraño y cada persona es una baile por sí misma. Y cada una baila lo que quiere, pero todos juntos en el salón y nadie se mira.
Yo caminaba entre esos bailes, traspasando las normas del salón. Como si me importara, acaso les importo yo a ellos? A menudo me hago esa pregunta, cuando camino por las calles en esa competencia asolapada de bailes. Qué me importan ellos? Qué nos importamos los unos a los otros. Esa masa cíclica y ruidosa, colorinche, pero uniformada, tendrá consciencia de sí misma? Cómo habremos llegado a ese estado, a esa indiferencia organizada y jerarquizada?

Al pasar junto a una tienda vi un gran contenedor de basura, en frente otra tienda en su vitrina reflejaba el contenedor. Me saqué el chaleco vomitado y lo arrojé con furia contra el reflejo. La gente me miró con desaprobación, era que no. Pero un tipo, un foráneo me aplaudió de lejos con tremendo entusiasmo. Seguí caminando mientras una colérica vendedora me increpaba desde la puerta de la tienda. Para lo que me importaban a mí sus gritos. Seguí caminando hasta que me cansé, tenía pedazos de comida regurgitada en mi boca y el ácido del estómago me quemaba la garganta. Ahora quería el agua de la vieja. Qué poca sincronía. No tenía ni un peso en los bolsillos y necesitaba agua con urgencia. De pronto vi en el costado del asiento de paradero donde me encontraba, en el suelo, un tiesto de plástico con agua. Seguramente para los perros, -yo soy casi como uno- susurré. Pero cuando traté de agarrar el coso, me di cuenta que estaba encadenado. Qué rabia, qué rabia! Me levante y estaba a punto de patearlo, pero algo ocurrió que automáticamente me puse en cuclillas y saqué agua con las dos manos. me la eché en la cara y bebí otro poco. en ese minuto el tendero del kiosco cercano me gritó que cómo se me ocurría hacer semejante cochinada. Le dije que no tenía para comprar una mineral. Pensé que me ofrecería una de su kiosco, pero en vez de eso me dijo que fuera a pedir un vaso a la farmacia de la esquina. -Viejo de mierda tacaño-, pensé para mis adentros. Me paré enfurecido y le patié su negocio. Me fui echando pericos hasta casi llegar a mi casa. Cuando finalmente llegué a mi edificio, reuní mis últimas reservas de genuina amabilidad que me quedaban en el cuerpo y le di un gran "buenas tardes" al portero. El apenas me respondió con un gesto de su cabeza.
-estamos mal-,pensé. Estamos mal.

7.1.11

-El final y el comienzo sólo pueden ser uno solo y no tienen importancia alguna-, me dijo acongojada. -Lo único que importa es el medio-. Agarró sus maletas y subió al bus. De eso una semana ya. Hoy es domingo, y mañana lunes. Mañana debo empezar la semana como todos, hoy termina mi descanso, como todos. Y entre hoy y mañana en realidad da lo mismo. Una distancia de ocho horas de oscuridad, la misma distancia que te tomó en viajar, ocho horas de oscuridad acurrucada en esos asientos sebosos.

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Ahora que te fuiste puedo sentirme a mis anchas y mis largas. Ahora que te mandastes cambiar como dice la vieja cuma de abajo, puedo limpiarme el poto con la puerta abierta, puedo disfrutar del silencio a medias de este callejón que tan fruncidamente llamamos pasaje, puedo hacer todas las cosas que te prohibía por puro gusto y que yo hacía a escondidas. Ya no hay quien me joda la pita en este mundo. Pensé que ese día nunca llegaría. No me molestaría verte de vez en cuando, así, a la pasada o tal vez una tarde. A lo más te podrías quedar de una día para otro, si te pones con algo para el desayuno.
No me malinterpretes, me alegra que te fueras, no sólo por mí... o bien digámoslo no más, si es la pura verdad, es sólo por mí. No sé qué más puedo llegar a conocerte, creo que ya vi todo lo que tenía que ver. Y me sorprendiste tan poco, eso me da pena. Porque venimos del mismo lado, yo pensé que a lo mejor esto iba a ser distinto, pero no.

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Estaba pensando en bajar a la playa uno de estos días, a lo mejor el martes, ojalá que no haya tanta gente. Estoy muy pálido y se me empiezan a notar las ojeras. Dicen que va a estar nublado, pero no importa, al final hace calor igual. Lo único fome es que no tengo ni una toalla decente, hay una media desteñida que está rota en una esquina. Quiero ir después de almuerzo, como a las 4. Me gustaría llevarme algo para leer, pero no un libro. Una revista a lo mejor. Hace tanto tiempo que no voy a la playa, yo creo que un par de años ya. Dicen que la arena hace bien para exfoliar la piel. Y el sol hace algo con la vitamina E o D, no me acuerdo. Pero dicen que hace bien, pero un poco de sol, eso sí.