Yo iba apurado cantando una canción mala que se me pegó en la micro, estaba lloviendo pero igual había olor a asado, la gente come cuando tiene que comer, -qué rico- , dije despacito. Qué rico el olor a carne rostizándose sobre una parrillita. Qué rica la lluvia también, que mala canción eso sí. Qué triste la noticia de la señora, en todo caso. Qué aburrida mi conversación en general, lamentablemente. Qué nubes más hermosas habían esta mañana, qué lastima que te fuiste, otra vez. Allá afuera bailaban un par de duendes borrachos tomados de la mano, no por romance, sino para afirmarse mutuamente. Allá afuera, la noche. Y yo, seguía mi camino enumerando qués para el año que me pidieran. Qué calle más hedionda a pichí, qué árbol más extraño, qué señora más arriesgada, qué hombre más sospechoso, qué niña tan putona, qué perro más lastimoso, qué viento más helado, que canción más mala. Qué pies más helados tengo, qué tonto que fui al dejarte partir, qué tranquila se ve la ciudad. Allá afuera de mi nave ostrásico-espacial la gente iba y venía. La noche se hacía más profunda y los duendes bailaban. Mi motor seguía siendo propulsado por los infinitos qués de mi soliloquio, la noche se hacía más profunda, ya lo mencioné? Y yo encerrado en mi nave invisible pensaba en ti. Qué estarás haciendo ahora...
Cuando era chica me gustaban los sitios eriazos. Cerca de mi casa se ponía una feria de verduras y frutas los días miércoles y sábados. En ese terreno se acomodaban los feriantes y luego dejaban su desastre de frutas reventadas y hojas de lechugas mustias. Luego venían los mendigos y se llevaban las papas que todavía se podían salvar, luego llegaban los perros y lamían de la tierra la podredumbre de los pescados que vendía un caballero, luego los pájaros picoteaban los granos de choclo que quedaban por ahí... y al final de todo eso, llegaba yo. Generalmente llegaba en bicicleta. No sé por qué, pero recuerdo que me gustaba ir en días nublados. El sitio en un lado se quebraba abruptamente y yo jugaba a que era un acantilado y al fondo estaba el mar. Y mi bicicleta era un jeep y yo era una mujer solitaria que iba a ese mirador a fantasear con su futuro. Me ponía un personal stéreo para crear la banda sonora. Muchas veces me quedaba dándole vueltas al terreno, en silencio, escuchando música. Tenía como 9 años y recién había aprendido a andar en bicicleta. Podía haberme ido a jugar a unos edificios que tenían jardines laberínticos y muy verdes, con mucho espacio, pero sin duda alguna siempre prefería los espacios desérticos, muertos, o los basurales con sus montículos apestosos, las ruinas con sus marcos de puertas y ventanas invisibles. El asunto que me inquieta es que siempre me sentí tan cómoda en esos lugares, sola, husmeando los restos de los restos. Sin tener que seguir las reglas de ningún tonto juego, de ningún tonto niño. Supongo que siempre fui una rata, una con mucha imaginación.
Yo escribo bien cuando estoy curao. Se me ocurren más cosas, la verdad es que se me ocurren las mismas cosas, lo único diferente es que se hilan con más facilidad. Sólo por eso creo que podía convertirme en alcohólico. Mi papá por ejemplo, no era alcohólico porque lo hacia mejor escritor, ni mejor nada.Tomaba porque seguramente era rico tomar, y porque se olvidaba de todo, o no, yo creo que al tomar recordaba todo aún con más lujo de detalle. Pero cuando se acordaba de las cosas feas que hacía o decía, no era con la culpa terrible de la sobriedad, era con la manta invisible con la que nos cubre el copete, esa manta de seguridad que nos hace sentir que al final está bien lo que hacemos porque somos unos incomprendidos… o unos cobardes con estilo. Sí, igual es penca, pero yo también me he sentido así. Pero esa no es la razón por la cual yo tomo. Yo tomo porque a sabiendas que hay un Peak de felicidad, prefiero la cuesta abajo que me transforma en un sensiblero. Y creo que puedo conectarme mejor conmigo mismo después de la gran felicidad. Porque siempre sé, siempre tengo la certeza de que se va. La gran felicidad del alcohol. Las otras grandes felicidades hacen puros amagos. Como que llegan pero nunca llegan, como que no se irán jamás, pero siempre me abandonan en el peor momento. O en el mejor, da lo mismo cuando una gran felicidad te abandona, que no es alcohólica, siempre ese momento será el peor. Por eso me siento cómodo ahora. Estoy cuesta abajo. Mis dedos están todos manchados con tinta azul. Usé ese lápiz para escribir una dirección que nunca voy a usar. Era una fantasía alcohólica. Me siento como una pianista cuando me levanto doy unas vueltas y vuelvo a sentarme frente a este teclado. Me abalanzo medio borracho y trato de concentrarme, termino tambaleándome como los pianistas apasionados le dan a su piano. Y sacan cosas lindas y terribles, pero lindas al fin y al cabo. Yo desahogo lo terrible que me atormenta con palabras tenues y suaves, porque nunca he escrito furioso, o sí, pero no he logrado expresarlo. La furiasólo me acompaña en mis momentos más privados, porque sé que está mal… o soy muy privado. Necesito un poco más de vino.Me dio sueño. Tengo otras tareas que hacer.Me cuesta concentrarme, me fijo en mis defectos y me quedo pensando en ellos demasiado rato. No es nada que pueda cambiar, lo que los hace absolutos y para siempre. Ya no sé muy bien de qué estoy hablando. Creo que todo es culpa de papá y su furia. Yo tengo variadas furias, pero siempre las oculto. A las furias de las mujeres las llaman histeria. Los hombre son histéricos también. Yo lo he visto siempre. Cuando me caía mi papá se enojaba. Cuando lloraba, se enojaba. A veces me consolaba, pero estoy seguro que siempre estaba enojado. La ira ocupó su cabeza en vez del alcohol cuando ya no pudo beber más. El decía que tenía fuerza de voluntad, que podía dejar de tomar cuando él quisiera, que podía dejar de fumar cuando él quisiera. Y así era. Pero yo no creo que eso fuera en ningún caso fuerza de voluntad. El tomaba porque quería, siempre le gustó. Ya expliqué el porqué. O al menos eso creo yo. A mi me sirve para poder contar todas estas cosas. Para que salgan en una frase tras otra. No las puedo hablar. No es mi fuerte.