Yo escribo bien cuando estoy curao. Se me ocurren más cosas, la verdad es que se me ocurren las mismas cosas, lo único diferente es que se hilan con más facilidad. Sólo por eso creo que podía convertirme en alcohólico. Mi papá por ejemplo, no era alcohólico porque lo hacia mejor escritor, ni mejor nada. Tomaba porque seguramente era rico tomar, y porque se olvidaba de todo, o no, yo creo que al tomar recordaba todo aún con más lujo de detalle. Pero cuando se acordaba de las cosas feas que hacía o decía, no era con la culpa terrible de la sobriedad, era con la manta invisible con la que nos cubre el copete, esa manta de seguridad que nos hace sentir que al final está bien lo que hacemos porque somos unos incomprendidos… o unos cobardes con estilo. Sí, igual es penca, pero yo también me he sentido así. Pero esa no es la razón por la cual yo tomo. Yo tomo porque a sabiendas que hay un Peak de felicidad, prefiero la cuesta abajo que me transforma en un sensiblero. Y creo que puedo conectarme mejor conmigo mismo después de la gran felicidad. Porque siempre sé, siempre tengo la certeza de que se va. La gran felicidad del alcohol. Las otras grandes felicidades hacen puros amagos. Como que llegan pero nunca llegan, como que no se irán jamás, pero siempre me abandonan en el peor momento. O en el mejor, da lo mismo cuando una gran felicidad te abandona, que no es alcohólica, siempre ese momento será el peor. Por eso me siento cómodo ahora. Estoy cuesta abajo. Mis dedos están todos manchados con tinta azul. Usé ese lápiz para escribir una dirección que nunca voy a usar. Era una fantasía alcohólica. Me siento como una pianista cuando me levanto doy unas vueltas y vuelvo a sentarme frente a este teclado. Me abalanzo medio borracho y trato de concentrarme, termino tambaleándome como los pianistas apasionados le dan a su piano. Y sacan cosas lindas y terribles, pero lindas al fin y al cabo. Yo desahogo lo terrible que me atormenta con palabras tenues y suaves, porque nunca he escrito furioso, o sí, pero no he logrado expresarlo. La furia sólo me acompaña en mis momentos más privados, porque sé que está mal… o soy muy privado. Necesito un poco más de vino. Me dio sueño. Tengo otras tareas que hacer. Me cuesta concentrarme, me fijo en mis defectos y me quedo pensando en ellos demasiado rato. No es nada que pueda cambiar, lo que los hace absolutos y para siempre. Ya no sé muy bien de qué estoy hablando. Creo que todo es culpa de papá y su furia. Yo tengo variadas furias, pero siempre las oculto. A las furias de las mujeres las llaman histeria. Los hombre son histéricos también. Yo lo he visto siempre. Cuando me caía mi papá se enojaba. Cuando lloraba, se enojaba. A veces me consolaba, pero estoy seguro que siempre estaba enojado. La ira ocupó su cabeza en vez del alcohol cuando ya no pudo beber más. El decía que tenía fuerza de voluntad, que podía dejar de tomar cuando él quisiera, que podía dejar de fumar cuando él quisiera. Y así era. Pero yo no creo que eso fuera en ningún caso fuerza de voluntad. El tomaba porque quería, siempre le gustó. Ya expliqué el porqué. O al menos eso creo yo. A mi me sirve para poder contar todas estas cosas. Para que salgan en una frase tras otra. No las puedo hablar. No es mi fuerte.
1 comentario:
"...Descubrí entonces el maravilloso poder del vino, comprendo las razones por las que el hombre se vuelve borracho. No es que bajo su efecto sus penas se disipen en lo absoluto, sino que bajo su efecto se vuelven nobles y gloriosas... Yo era la reina grande y triste de una canción. No me importaron los lagrimones que se agolparon en mis ojos, a decir verdad, estaba bebida y hacía locuras... "
Orual, reina de Gloma
Algún día haré una obra de teatro con este texto...
Publicar un comentario