26.6.10

Fantasías desanimadas de mañana



Tu mamá mira las fantasías animadas de ayer y hoy, mientras tú le sacas las pelusas al teclado. Yo creo que hoy ya no existen fantasías, ni menos animadas. Miras por la ventana a ver si ya vengo por el caminito, pero nada. Y la verdad quieres que llegue para no verme la cara, quieres que no llegue, que me vaya, pero acá dentro, en la casa. Quieres que me vaya lejos al dormitorio, que deambule por el baño y que me sienta miserable. Yo no sé nada, no me doy cuenta, no sé nada de nada, soy inocente.
Suena y suena la musiquita y a ti te parece tonto y ridículo que una señora mayorcita mire fantasías animadas, mientras come algún dulce y trata de no pensar y de acomodarse entre los bordes patulecos de esos monos deslavados, de animación onduleada que ni vienen ni van, que se quedan en los márgenes del televisor que es la tumba de todas las fantasías de tu familia. En esta noche con luna te quiebras y te quedas pegada a la ventana a ver si vengo, pero no. Tal vez pasé de largo y me perdí en otro tugurio. Tal vez me pilló un compadre y me cogoteó, porque la verdad es que tú prefieres que me cogoteen a que lo ande pasando bien, porque así podrás compadecerme en vez de odiarme tanto. Eso es tó, eso es tó, eso es todo amiga.

23.6.10

el dios de amarillo



Hoy venía caminando luego de hacer una entrega y dios de pronto apareció de la nada. Yo venía escuchando música, tratando de entender su letra, tratando de entender a la gente que venía en el sentido contrario, tratando de olvidarme un poco de mí mismo. Y dios me hablaba y me hablaba, pero pensé que estaba conversando por celular, como las tallas de la tele mala, pero no. El me venía hablando a mí, yo me asusté al principio y lo miré de reojo. Primero pensé que estaba loco, porque me dijo que si acaso no me acordaba de él, porque "la otra vez" me vio triste y también me había hablado, y "yo" estaba triste porque me había peleado con mi mujer.
Yo le dije que no, con una semi sonrisa. -No, no... no era yo-, pensé. -No me he peleado con mi mujer, ni siquiera con la imaginaria-
Dios vestía un sweater amarillo cata, unos pantalones de tela y usaba el pelo largo, ordenado hacia los lados. Tenía canas, pero no se veía viejo. Y estaba muy preocupado por mi tristeza, me dijo que tenía la mirada muy triste. -Qué raro-, pensé. Si él venía detrás mío, cómo me vio el rostro. Debe ser un dios muy hábil.
Y así me seguía hablando con una sonrisa muy amable. Y yo seguía caminado rápido, impulsivo, sin querer mirarlo por más de dos segundos. El me insistía y me insistía que no estuviera triste. Y creo que lo convencí. Le dije que no estaba triste, de hecho me fui sonriendo todo el camino de vuelta a la casa para convencerlo. Así que, satisfecho, me dejó ir. Entonces buscó a otro con cara de pena y saltó a la otra vereda para abordar al infeliz. Ese otro se quedó detenido escuchándolo, seguramente él sí se había peleado con todas sus mujeres.
Yo me quedé en una vitrina un momento y luego seguí mi camino. Cuando llegué a la casa tu estabas sentada leyendo con cara de pena. Te pregunté qué te había pasado y te pusiste a llorar. Me contaste cómo dios te había insultado todo el camino a casa, que la gente en el metro tuvo que hacerlo callar y pedirle que se bajara en la siguiente estación. Pero no satisfecho con eso, cuando bajaste en tu destino, apareció y te siguió humillando. Qué pena me dio, yo que tenía una imagen tan distinta de él. -¿ vestía un sweater amarillo cata?- te pregunté. Me contestaste con la cabeza que no, luego te sonaste la nariz y me dijiste que llevaba un abrigo beige. Yo te tomé la cara y respiré profundo, aliviado... -los dioses con abrigo beige no existen- te dije con seguridad, -ése debió haber sido un gallo cualquiera-

17.6.10

El novato



Yo no sé cómo llegamos a esto. A vivir casi pegados el uno al otro, respirar nuestros aires viciados, a ocupar la misma silla, la misma mesa, los mismos platos, los mismos cubiertos, a ser absolutamente invisibles para el resto. Yo no sé cómo se hace esto, sólo te sigo la corriente y ya me estoy convenciendo que tú también a mí.
Hoy me senté a mirar la lluvia, porque siempre que llueve me alegro que aún me asombre. Son pocas las cosas que me asombran ya. Y cuando es con ventolera, como hoy, no hay quien me despegue del vidrio. Luego entraste tú, con cosas. Siempre llegas con cosas, como para que no se fuera a notar que estamos solos tú y yo. Llegas con cosas para comer, para limpiar, para ponerse, para dejar ahí en un cajón. Y luego de distribuir todas esas cosas te sentaste a mi lado y miraste la lluvia y miraste la gente que corría para no mojarse y me dijiste que la gente que corría se mojaba aún más. Y siempre lo dices y sé que lo vas a decir, pero no importa, es nuestra pequeña rutina. Sé que no quieres que deje de llover tan luego, porque así me quedo más tiempo mirando por la ventana y tarareando canciones. A ti te gusta eso. Y me la paso menos tiempo encerrado hablándome a mí mismo. No te gusta eso. Lo sé. Pero es parte de las cosas que yo hago, de las que no me asombran ya, pero que estoy acostumbrado. Pero tú también tienes lo tuyo, en esa fracción del día durante la cual te pierdes en la ciudad. Pero vuelves con tus cosas y anécdotas y pequeñas historias que siempre me hacen voltear la cabeza cuando siento tu llave en la chapa de la puerta; no dije que eran pocas las cosas que me asombraban ya? Bueno, lo deberías saber, siempre me sorprende la lluvia, el viento y lo que vas a sacar de la bolsa mientras te quitas la chaqueta y te acomodas el pelo, al mismo tiempo que recuerdas los más mínimos detalles de una vitrina, de una grieta en el pavimento, de un perro con el cual cruzaste miradas, del olor que te causó náuseas, del color del cielo sobre los vidrios de los edificios que sólo te gustan precisamente cuando reflejan otra cosa. Pero no te lo digo nunca porque se me olvida, es como una brisa familiar que viene y se va y que no alcanzo a retener por miedo a evaporarla. Es que soy un novato para estas cosas del romanticismo.

10.6.10

Los vecinos II


Llevan viviendo más de un mes y lo único que hacen es dejar la luz encendida. Tienen un computador que ponen en una mesa cerca de la ventana y yo sé que es para robarme mi señal de internet. Por eso cuando navego se me quedan pegadas todas las páginas. Y lo sé porque nunca vi a ningún técnico instalando nada. Además tienen una lámpara horrible que no combina con el resto del mobiliario, por lo que debe ser robada también.
A veces va una mujer joven y se sienta en uno de los sillones y se ríe, no hace nada más que reírse. El otro día llegó con una pizza. Qué clase de amistades son ésas?
El fin de semana pasado hubo un corte de luz en el sector justo cuando se estaba oscureciendo. Yo me asomé por la ventana para ver hasta dónde abarcaba el problema y ahí estaba él también. Yo lo llamo "el vecino mayor" porque debe ser el que firmó el arriendo y a nombre de quien llegan las cuentas. A diferencia de mí, su actitud era distinta, estaba afirmado en el balcón como si se creyera presidente, con una mano en cada extremo de la baranda, formando un gran espacio entre sus brazos, desafiante. Y miraba con cierta displicencia hacía ambos lados de la calle, como si fuera el dueño de ésta. Pero en el fondo me estaba mirando de reojo a mí. Lo sé, me estaba espiando! Yo sé que lo ha estado intentando, pero soy precavido y cierro las cortinas para que no vea qué cosas miro en internet, o qué cosas escribo. A veces las dejo abiertas sólo para despistarlo y hacerle creer que me gustan ciertos temas; abro y abro páginas que no tienen nada que ver con mis intereses reales. Debe pensar que soy un estúpido. Pero al contrario, soy más listo de lo que cree.

4.6.10

Estabas solo


El otro día pensaba que tal vez pasando los 59 podría entenderlo mejor. Me quedan varios años aún y no sé si llegue, o no sé si quiero llegar. Pero debo admitir que la ilusión de llegar a cruzar esa puerta y ver la vida en alguna manera parecida a como la vio él, es más poderosa que la flojera de comer sano y abstraerme de los vicios. Miro a su viuda -que ya lo pasó en edad hace unos cuantos años ya- y se me viene a la cabeza la idea de que tal vez ella ya lo comprendió. O tal vez quiero creerlo. Pero no me atrevo a preguntarle, me da un poco de vergüenza y un poco de miedo al mismo tiempo, de que no tiene idea ella, que no tiene idea de nada. Que no quiere tener rencor en su pecho y que eso sea todo. Y pienso, habrá habido alguien que te haya comprendido, vivo o muerto?

Una noche de angustia le pedí que me librara de todos mis males, como si acaso fuera un cristo con minúscula, un cristito huacho que me podría hacer un favor especial. Y en parte lo hizo y en parte no. Yo no sé si está vivo o muerto en mi mente, pero quiero matarlo y enterrarlo y luego volverlo a la vida pulcro, sano, cuerdo. Y alcanzar a comprender qué era realmente, qué era lo mágico que había en él, que era lo que me fascinaba y atormentaba tanto. Y no puedo dejar de sentir que estaba muy perdido y muy solo. Y en eso a veces somos tan iguales. Quiero convencerme que tal vez entendiendo su mirada podré encontrarle la gracia al reflejo de la mía.