extraño el olor a parafina
el bidón y la estufa
el embudo y el trapo.
extraño el invierno de las infancias
y el tarro de eucalipto
la ignorada precariedad.
extraño no saber nada
y en el ventanal
la cara pegada
echando el aliento
insuflando vida
a amigos pasajeros.
extraño el sonido del silencio
que era tan distinto en ese tiempo
el pasillo alfombrado de diario
a la entrada de la casa
la rutina obligada
de cada estación
el olor a fritanga
pegado a la ropa
el imperio del azúcar flor
el aburrimiento feroz
anclado en los rincones
la penumbra a las 6 de la tarde
la poza en medio del jardín
la gotera del living.
extraño el anhelo
de que esa lluvia simplona
trajera consigo una tormenta
infinitas vacaciones
adormecidas en el alma.
madurando silenciosos los brotes
en las ramas
atentos en una esquina
la parka y las botas de agua.
no hay inviernos ya
no quedan verdaderos
sólo impostores baratos
llevadores de recuerdos ajenos.
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