-El final y el comienzo sólo pueden ser uno solo y no tienen importancia alguna-, me dijo acongojada. -Lo único que importa es el medio-. Agarró sus maletas y subió al bus. De eso una semana ya. Hoy es domingo, es tarde y ya debo dormir, mañana es lunes. Mañana debo empezar la semana como todos, hoy termina mi descanso, como el de todos. Y entre hoy y mañana en realidad da lo mismo. Una distancia de ocho horas de oscuridad, la misma distancia que te tomó en irte de aquí y llegar a otro lugar, donde no estoy yo y no estaré jamás, ocho horas de oscuridad acurrucada en esos asientos sebosos, pensando, durmiendo, qué más da. Yo acá, pensando, durmiendo. Qué más da.
29.10.15
La emoción particular.
No sé qué será ni a qué se deberá, pero a veces cuando lloro las lágrimas caen de manera distinta. Algunas veces caen gruesas como goterones, lentas y densas como aceite o miel; otras caen como hilos de plata, delgadas, brillantes y corren rápido por las mejillas. A veces son como perlitas, otras veces como cascadas. Hoy mientras lloraba me fijé que no querían salir, caían lentamente, sí, como en cámara lenta. Y así mismo iban las ideas a mi pecho, como sentimientos zombies sin noción de nada más que devorarme por dentro. Entonces me puse a pensar que justo a de antes de eso había ido al dentista a que me revisaran los puntos de la exodoncia del jueves. Y antes de eso, el martes, a mi mejor amigo lo habían desahuciado por un tumor que tenía en el pecho, y antes de eso, en la mañana, me habían quitado los puntos de la biopsia. Y antes de eso me había bajado la regla. Y antes de eso tú te habías ido para siempre. Así me di cuenta que este juego se trata sólo de saber perder. Todos los días perdemos algo, claro a veces ganamos. Pero todos los días perdemos algo. Todos los días perderemos algo. Un día menos en este planeta. Un día siempre más cerca de la muerte. Así que con eso en mente, las lágrimas derramadas cobraron todo el sentido del mundo. Saliendo de mi cuerpo para siempre con su carga de emoción particular. A veces la carga es ligera y corren rápido, pero hoy la carga era pesada y densa. Y pesar que la gravedad les jugaba a favor, les costó tanto rodar, les llevó tanto caer al suelo y perderse entre las grietas de las tablas del piso.
No tengo mucho más que decir. Era sólo una reflexión de algo que me pasa a menudo. Creí que los meses del calendario me habían dado un recreo en su devenir circular. O cilíndrico. Siempre que pienso en un año, pienso en un bloque, como un edificio o una pista. Qué forma tiene un año? Es largo y ancho, es largo y angosto? Para mí este año ha sido un túnel largo, muy largo a veces demasiado como para creer que realmente es un túnel. Pero ahora que sé que siempre perderemos, que estamos ungidos con el santo fracaso, siento que tal vez debo olvidarme del túnel, nunca se me ocurrió estirar los brazos, tal vez no es un túnel, tal vez es un campo y la dirección es hacia los lados, no sólo hacia adelante, aunque sé que es absurdo pensar así, porque de verdad no existen los costados, siempre que tomemos cualquier dirección, será hacia adelante, aunque caminemos de espalda. Como sea, por lo menos puedo distinguir qué lágrimas estoy perdiendo, porque el llanto es algo que viene así como el día, o como la noche, tan natural para mí que a veces no sé si pueda vivir sin ello. Sin esa emoción tan particular.
27.10.15
Para los Vivos.
Lo único que puedo decirte es que el amor es para los valientes. Cosa que un cobarde como tú jamás podría entender. Yo hasta hace poco también era una cobarde, así que no es ofensa o insulto. Yo aprendí que es así de simple. Y horrible a la vez. Como el caos en el universo, como el universo mismo. Feroz y maravilloso, absolutamente aterrador, como el conocimiento tal vez, como la certeza, como el saber. Como la sombra que se posa lentamente sobre ti cuando abres esa puerta en tu cabeza que tardarás varios días en volver a cerrar. NO, no, el amor es todo lo contrario, el amor es abrazar esa sombra, ir por ella y penetrarla por completo. El amor es para valientes porque sabes que te destrozará por completo. Que te abrasará hasta las cenizas. Y no te importa. O más bien te importa demasiado, pero da lo mismo porque no hay dolor más justificado que ése.
Otra cosa que aprendí, el chiste del desapego. NO hay que sufrir, NO hay que sentir. Esos son cobardes de primera categoría. Para eso mejor seamos plumas, seamos pelusitas que se lleva el viento. Seamos esporas, seamos como esos malditos árboles eyaculando sobre la ciudad. Seamos un bostezo, un escupo, un olvido.
El Alfonso me dijo el otro día que me amaba. Lo dijo él primero. Me miró directamente a los ojos, sentado en sus magníficas patas traseras, derecho como una espiga, me miró directo a los ojos y me dijo suavemente: -Te Amo-
Yo le respondí: -Yo también-
Así es como funciona. Y así siempre será. Pero ahora él debe partir, no sé cuándo exactamente, pero se irá. No sé dónde, no sé si lo volveré a ver. Ese es mi saber. Esa es mi aterradora certeza. El se irá y yo permaneceré acá y ya tal vez no nos volvamos a ver. Y yo lo amo con tal intensidad que pareciera que me fuera yo también con él. No te dije que era para valientes?
Ojalá que de verdad lo entiendas algún día.
Otra cosa que aprendí, el chiste del desapego. NO hay que sufrir, NO hay que sentir. Esos son cobardes de primera categoría. Para eso mejor seamos plumas, seamos pelusitas que se lleva el viento. Seamos esporas, seamos como esos malditos árboles eyaculando sobre la ciudad. Seamos un bostezo, un escupo, un olvido.
El Alfonso me dijo el otro día que me amaba. Lo dijo él primero. Me miró directamente a los ojos, sentado en sus magníficas patas traseras, derecho como una espiga, me miró directo a los ojos y me dijo suavemente: -Te Amo-
Yo le respondí: -Yo también-
Así es como funciona. Y así siempre será. Pero ahora él debe partir, no sé cuándo exactamente, pero se irá. No sé dónde, no sé si lo volveré a ver. Ese es mi saber. Esa es mi aterradora certeza. El se irá y yo permaneceré acá y ya tal vez no nos volvamos a ver. Y yo lo amo con tal intensidad que pareciera que me fuera yo también con él. No te dije que era para valientes?
Ojalá que de verdad lo entiendas algún día.
18.10.15
¿Por qué sufres tanto? Yo te voy a explicar, cabrito de mierda.
-Por qué sufres tanto...- dijo con gesto cansado, Como impresionado del dolor ajeno que él mismo había causado. Con gesto cansado, odioso, con gesto de sopor, de molestia, de cansancio acumulado.
Habían pasado los años y esa pregunta todavía yacía clavada en el diario mural. Junto con las fotos de las amistades, los recuerdos de bautizos, los teléfonos de delivery de lo que fuera. Junto con las boletas de gas y de luz, ahí entre toda esa masa de cotidianidad yacía clavada, muy clavada, esa pregunta que más que pregunta era una afirmación amarga, sorda, fría. Habían pasado los tiempos y las estaciones, las lunas, los soles, las festividades chabacanas, los actos y las efemérides, había pasado el mundo y esa pregunta ahí todavía yacía, ya convertida en la joya que adornaba esa corona de rey (del tipo de rey que no supo nunca defender su reino, que tenía muchas tierras y también un amor que nunca vio, que murió desangrado, aplastado por los caballos vestidos para una falsa guerra).
Y la razón de dejarla ahí, entre todos los souvenirs, era sencilla. Había que ver esa pregunta y repetirla en voz alta todos los días, Como un mantra. ¡¿Poooor queeeeeee su-freeeee taaaaaan tooooooooo?! Una y otra vez, cambiando el tono de voz, abriendo y cerrando la boca. Haciendo vibrar las cuerdas vocales.
¡¿Poooor queeeeeee su-freeeee taaaaaan tooooooooo?! ¡¿Poooor queeeeeee su-freeeee taaaaaan tooooooooo?! ¡¿Poooor queeeeeee su-freeeee taaaaaan tooooooooo?! ¡¿Poooor queeeeeee su-freeeee taaaaaan tooooooooo?! ¡¿Poooor queeeeeee su-freeeee taaaaaan tooooooooo?! ¡¿Poooor queeeeeee su-freeeee taaaaaan tooooooooo?! ¡¿Poooor queeeeeee su-freeeee taaaaaan tooooooooo?!
Al final del ejercicio quedaba ella relajada y hasta un poco mareada, pero del mareo agradable, de ése que uno provoca cuando uno tiene 5 años y da vueltas y vueltas hasta perder el equilibrio. Y cada vez, junto con el mareo, aparecía una nueva imagen en el fondo de su cabeza, una nueva sensación que quedaba marcada, delineándose lentamente hasta hacerse sonido, viajando desde el estómago hasta la garganta y saliendo a la superficie en forma de palabra. Como un eructo emocional.
-Mala-
-Ego-
-Casa-
-Perro-
-Playa-
-Mierda-
-Antes-
-Sola-
-Ahora-
-No-
-Sí-
-Película-
-Desayuno-
-Maricón-
-Lejos-
-Bosta-
Y así hasta el infinito. Daba lo mismo la palabra, daba lo mismo el significado. Algo tenía esa frase que cada vez que la repetía algo sacaba de adentro, algo podrido, o como espinitas de angustia, como pústulas reventadas que contenían el secreto de la enfermedad. Tal vez era un rompecabezas, una especie de serie de pistas para encontrar al asesino. Como fuere, había que seguir repitiéndola hasta que se llenara el saco. Porque eventualmente, y de esto ella estaba segura. iba a llegar el día en que no iba a salir ni una palabra más. Y luego dejaría de repetir el mantra y al día siguiente se le olvidaría mirar el diario mural, hasta que finalmente la pregunta se desintegraría por completo.
Ella esperaba ese día con ansias. Pero por el momento se contentaba con seguir el proceso y sólo tenía una cosa clara: Estaba profundamente agradecida de aquella pregunta.
-Por qué sufres tanto...- dijo con gesto cansado, Como impresionado del dolor ajeno que él mismo había causado. Con gesto cansado, odioso, con gesto de sopor, de molestia, de cansancio acumulado.
Habían pasado los años y esa pregunta todavía yacía clavada en el diario mural. Junto con las fotos de las amistades, los recuerdos de bautizos, los teléfonos de delivery de lo que fuera. Junto con las boletas de gas y de luz, ahí entre toda esa masa de cotidianidad yacía clavada, muy clavada, esa pregunta que más que pregunta era una afirmación amarga, sorda, fría. Habían pasado los tiempos y las estaciones, las lunas, los soles, las festividades chabacanas, los actos y las efemérides, había pasado el mundo y esa pregunta ahí todavía yacía, ya convertida en la joya que adornaba esa corona de rey (del tipo de rey que no supo nunca defender su reino, que tenía muchas tierras y también un amor que nunca vio, que murió desangrado, aplastado por los caballos vestidos para una falsa guerra).
Y la razón de dejarla ahí, entre todos los souvenirs, era sencilla. Había que ver esa pregunta y repetirla en voz alta todos los días, Como un mantra. ¡¿Poooor queeeeeee su-freeeee taaaaaan tooooooooo?! Una y otra vez, cambiando el tono de voz, abriendo y cerrando la boca. Haciendo vibrar las cuerdas vocales.
¡¿Poooor queeeeeee su-freeeee taaaaaan tooooooooo?! ¡¿Poooor queeeeeee su-freeeee taaaaaan tooooooooo?! ¡¿Poooor queeeeeee su-freeeee taaaaaan tooooooooo?! ¡¿Poooor queeeeeee su-freeeee taaaaaan tooooooooo?! ¡¿Poooor queeeeeee su-freeeee taaaaaan tooooooooo?! ¡¿Poooor queeeeeee su-freeeee taaaaaan tooooooooo?! ¡¿Poooor queeeeeee su-freeeee taaaaaan tooooooooo?!
Al final del ejercicio quedaba ella relajada y hasta un poco mareada, pero del mareo agradable, de ése que uno provoca cuando uno tiene 5 años y da vueltas y vueltas hasta perder el equilibrio. Y cada vez, junto con el mareo, aparecía una nueva imagen en el fondo de su cabeza, una nueva sensación que quedaba marcada, delineándose lentamente hasta hacerse sonido, viajando desde el estómago hasta la garganta y saliendo a la superficie en forma de palabra. Como un eructo emocional.
-Mala-
-Ego-
-Casa-
-Perro-
-Playa-
-Mierda-
-Antes-
-Sola-
-Ahora-
-No-
-Sí-
-Película-
-Desayuno-
-Maricón-
-Lejos-
-Bosta-
Y así hasta el infinito. Daba lo mismo la palabra, daba lo mismo el significado. Algo tenía esa frase que cada vez que la repetía algo sacaba de adentro, algo podrido, o como espinitas de angustia, como pústulas reventadas que contenían el secreto de la enfermedad. Tal vez era un rompecabezas, una especie de serie de pistas para encontrar al asesino. Como fuere, había que seguir repitiéndola hasta que se llenara el saco. Porque eventualmente, y de esto ella estaba segura. iba a llegar el día en que no iba a salir ni una palabra más. Y luego dejaría de repetir el mantra y al día siguiente se le olvidaría mirar el diario mural, hasta que finalmente la pregunta se desintegraría por completo.
Ella esperaba ese día con ansias. Pero por el momento se contentaba con seguir el proceso y sólo tenía una cosa clara: Estaba profundamente agradecida de aquella pregunta.
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