Lo único que puedo decirte es que el amor es para los valientes. Cosa que un cobarde como tú jamás podría entender. Yo hasta hace poco también era una cobarde, así que no es ofensa o insulto. Yo aprendí que es así de simple. Y horrible a la vez. Como el caos en el universo, como el universo mismo. Feroz y maravilloso, absolutamente aterrador, como el conocimiento tal vez, como la certeza, como el saber. Como la sombra que se posa lentamente sobre ti cuando abres esa puerta en tu cabeza que tardarás varios días en volver a cerrar. NO, no, el amor es todo lo contrario, el amor es abrazar esa sombra, ir por ella y penetrarla por completo. El amor es para valientes porque sabes que te destrozará por completo. Que te abrasará hasta las cenizas. Y no te importa. O más bien te importa demasiado, pero da lo mismo porque no hay dolor más justificado que ése.
Otra cosa que aprendí, el chiste del desapego. NO hay que sufrir, NO hay que sentir. Esos son cobardes de primera categoría. Para eso mejor seamos plumas, seamos pelusitas que se lleva el viento. Seamos esporas, seamos como esos malditos árboles eyaculando sobre la ciudad. Seamos un bostezo, un escupo, un olvido.
El Alfonso me dijo el otro día que me amaba. Lo dijo él primero. Me miró directamente a los ojos, sentado en sus magníficas patas traseras, derecho como una espiga, me miró directo a los ojos y me dijo suavemente: -Te Amo-
Yo le respondí: -Yo también-
Así es como funciona. Y así siempre será. Pero ahora él debe partir, no sé cuándo exactamente, pero se irá. No sé dónde, no sé si lo volveré a ver. Ese es mi saber. Esa es mi aterradora certeza. El se irá y yo permaneceré acá y ya tal vez no nos volvamos a ver. Y yo lo amo con tal intensidad que pareciera que me fuera yo también con él. No te dije que era para valientes?
Ojalá que de verdad lo entiendas algún día.
Otra cosa que aprendí, el chiste del desapego. NO hay que sufrir, NO hay que sentir. Esos son cobardes de primera categoría. Para eso mejor seamos plumas, seamos pelusitas que se lleva el viento. Seamos esporas, seamos como esos malditos árboles eyaculando sobre la ciudad. Seamos un bostezo, un escupo, un olvido.
El Alfonso me dijo el otro día que me amaba. Lo dijo él primero. Me miró directamente a los ojos, sentado en sus magníficas patas traseras, derecho como una espiga, me miró directo a los ojos y me dijo suavemente: -Te Amo-
Yo le respondí: -Yo también-
Así es como funciona. Y así siempre será. Pero ahora él debe partir, no sé cuándo exactamente, pero se irá. No sé dónde, no sé si lo volveré a ver. Ese es mi saber. Esa es mi aterradora certeza. El se irá y yo permaneceré acá y ya tal vez no nos volvamos a ver. Y yo lo amo con tal intensidad que pareciera que me fuera yo también con él. No te dije que era para valientes?
Ojalá que de verdad lo entiendas algún día.
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