18.10.15

¿Por qué sufres tanto? Yo te voy a explicar, cabrito de mierda.

-Por qué sufres tanto...- dijo con gesto cansado, Como impresionado del dolor ajeno que él mismo había causado. Con gesto cansado, odioso, con gesto de sopor, de molestia, de cansancio acumulado.

Habían pasado los años y esa pregunta todavía yacía clavada en el diario mural. Junto con las fotos de las amistades, los recuerdos de bautizos, los teléfonos de delivery de lo que fuera. Junto con las boletas de gas y de luz, ahí entre toda esa masa de cotidianidad yacía clavada, muy clavada, esa pregunta que más que pregunta era una afirmación amarga, sorda, fría. Habían pasado los tiempos y las estaciones, las lunas, los soles, las festividades chabacanas, los actos y las efemérides, había pasado el mundo y esa pregunta ahí todavía yacía, ya convertida en la joya que adornaba esa corona de rey (del tipo de rey que no supo nunca defender su reino, que tenía muchas tierras y también un amor que nunca vio, que murió desangrado, aplastado por los caballos vestidos para una falsa guerra).
Y la razón de dejarla ahí, entre todos los souvenirs, era sencilla. Había que ver esa pregunta y repetirla en voz alta todos los días, Como un mantra. ¡¿Poooor queeeeeee su-freeeee taaaaaan tooooooooo?! Una y otra vez, cambiando el tono de voz, abriendo y cerrando la boca. Haciendo vibrar las cuerdas vocales.

¡¿Poooor queeeeeee su-freeeee taaaaaan tooooooooo?! ¡¿Poooor queeeeeee su-freeeee taaaaaan tooooooooo?! ¡¿Poooor queeeeeee su-freeeee taaaaaan tooooooooo?! ¡¿Poooor queeeeeee su-freeeee taaaaaan tooooooooo?! ¡¿Poooor queeeeeee su-freeeee taaaaaan tooooooooo?! ¡¿Poooor queeeeeee su-freeeee taaaaaan tooooooooo?! ¡¿Poooor queeeeeee su-freeeee taaaaaan tooooooooo?!

Al final del ejercicio quedaba ella relajada y hasta un poco mareada, pero del mareo agradable, de ése que uno provoca cuando uno tiene 5 años y da vueltas y vueltas hasta perder el equilibrio.  Y cada vez, junto con el mareo, aparecía una nueva imagen en el fondo de su cabeza, una nueva sensación que quedaba marcada, delineándose lentamente hasta hacerse sonido, viajando desde el estómago hasta la garganta y saliendo a la superficie en forma de palabra. Como un eructo emocional.

-Mala-
-Ego-
-Casa-
-Perro-
-Playa-
-Mierda-
-Antes-
-Sola-
-Ahora-
-No-
-Sí-
-Película-
-Desayuno-
-Maricón-
-Lejos-
-Bosta-

Y así hasta el infinito. Daba lo mismo la palabra, daba lo mismo el significado. Algo tenía esa frase que cada vez que la repetía algo sacaba de adentro, algo podrido, o como espinitas de angustia, como pústulas reventadas que contenían el secreto de la enfermedad. Tal vez era un rompecabezas, una especie de serie de pistas para encontrar al asesino. Como fuere, había que seguir repitiéndola hasta que se llenara el saco. Porque eventualmente, y de esto ella estaba segura. iba a llegar el día en que no iba a salir ni una palabra más. Y luego dejaría de repetir el mantra y al día siguiente se le olvidaría mirar el diario mural, hasta que finalmente la pregunta se desintegraría por completo.
Ella esperaba ese día con ansias. Pero por el momento se contentaba con seguir el proceso y sólo tenía una cosa clara: Estaba profundamente agradecida de aquella pregunta. 


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