Anoche inventé un poema que era beeeello, bello, bello, bello. Del verbo bello, oye. Pero ya no lo recuerdo. Era tan perfecto que seguramente si lo hubiese escrito, lo habría arruinado. Se me quedó debajo de la almohada junto con la piedra luna que me regaló la amiga de mi mamá. Y junto con la manta del Alfonso, junto con el control remoto, junto con el lado vacío de la cama que tiene los resortes salidos, junto con otros sueños que también soñé. Pero sí me acuerdo que era perfecto. Porque lo recité de un tirón y sonreí satisfecha cuando terminé. Y me quedé dormida y soñé.
Soñé con el fantasma de ese poema.
Soñé con el fantasma de ese poema.
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