Cuando todos se fueron me pregunté qué pasaría conmigo. Qué sería de mí. Lo que en realidad me estaba preguntando, era qué sería de mis emociones. Porque cuando te dejan, sea como sea, uno se queda con un tambor de emociones. Cómo me las iba a beber todas así... o las tiraba a la alcantarilla o dejaba que se pudriesen. Cómo desperdiciar tanto sentimiento. Me sentía lleno, hasta el cuello. Me iba a ahogar.
Yo no creía en la transformación, no entendía eso de que nada permanecía. Pensaba que todos mis habitantes internos se quedarían en esa villa al medio de mi pecho. Morirían de viejos o peor, de enfermos. Desconsolados y abandonados a su suerte. Qué hacer... cómo rescatarlos de ahí. De esa pobre villa azotada por la catástrofe, toda derrumbada. Arrancarlos de mi pecho era la única opción, clausurar la villa para siempre. Como un chernobyl.
Hasta que de repente cayó una lluvia. Una diluvio que desbordó mi tambor, que hizo que se volcase estrepitosamente. Todos esos sentimientos corriendo por los rincones, inundándolo todo a su paso, todas mis habitaciones y a mí misma como a una Alicia encogida. Pensé que moría, pensé que era el final. Pero en contra de todo pronóstico, ese río, ese flujo tremendo de agua que me sacó de mi encierro y me arrastró hasta cierto océano que jamás había yo visitado. Y me sumergí. Y allá debajo, en la inmensidad azul te encontré. Me estabas esperando en tu quietud, en tu silencio que a simple vista parecía indiferente. Nadaste hasta mí y me rodeaste... y casi como por magia ya no sentí miedo. Solté la respiración y dejé que todo ese líquido entrara en mí... y no morí... nadie murió. Dentro mío, poco a poco cada uno de mis habitantes salieron de su escondite. Limpiaron la villa, enterraron los escombros, ordenaron sus casas y lentamente retomaron sus quehaceres. Y entonces ocurrió, todo el azul dentro de mí se tornó rosa, teñí tu océano sin querer y tú dijiste que estaba bien. Que así debía ser. Cuando ya estuvo todo listo en la villa, el agua comenzó a diluirse. El océano desapareció y me encontré nuevamente recorriendo mis antiguas habitaciones.
Pero ya no estabas. Tú desapareciste junto con el agua. Te evaporaste en una gran nube que subió rápido a los cielos, lista para hacer llover, lista para inundar otras villas y devolverles el color.
Desde acá contemplo el azul inmenso cada noche, cada día y ya nada es como antes. Dentro mío todo renace y se estira en tonos rosados hacia el infinito. Me regalaste la primavera más bella.
Yo no creía en la transformación, no entendía eso de que nada permanecía. Pensaba que todos mis habitantes internos se quedarían en esa villa al medio de mi pecho. Morirían de viejos o peor, de enfermos. Desconsolados y abandonados a su suerte. Qué hacer... cómo rescatarlos de ahí. De esa pobre villa azotada por la catástrofe, toda derrumbada. Arrancarlos de mi pecho era la única opción, clausurar la villa para siempre. Como un chernobyl.
Hasta que de repente cayó una lluvia. Una diluvio que desbordó mi tambor, que hizo que se volcase estrepitosamente. Todos esos sentimientos corriendo por los rincones, inundándolo todo a su paso, todas mis habitaciones y a mí misma como a una Alicia encogida. Pensé que moría, pensé que era el final. Pero en contra de todo pronóstico, ese río, ese flujo tremendo de agua que me sacó de mi encierro y me arrastró hasta cierto océano que jamás había yo visitado. Y me sumergí. Y allá debajo, en la inmensidad azul te encontré. Me estabas esperando en tu quietud, en tu silencio que a simple vista parecía indiferente. Nadaste hasta mí y me rodeaste... y casi como por magia ya no sentí miedo. Solté la respiración y dejé que todo ese líquido entrara en mí... y no morí... nadie murió. Dentro mío, poco a poco cada uno de mis habitantes salieron de su escondite. Limpiaron la villa, enterraron los escombros, ordenaron sus casas y lentamente retomaron sus quehaceres. Y entonces ocurrió, todo el azul dentro de mí se tornó rosa, teñí tu océano sin querer y tú dijiste que estaba bien. Que así debía ser. Cuando ya estuvo todo listo en la villa, el agua comenzó a diluirse. El océano desapareció y me encontré nuevamente recorriendo mis antiguas habitaciones.
Pero ya no estabas. Tú desapareciste junto con el agua. Te evaporaste en una gran nube que subió rápido a los cielos, lista para hacer llover, lista para inundar otras villas y devolverles el color.
Desde acá contemplo el azul inmenso cada noche, cada día y ya nada es como antes. Dentro mío todo renace y se estira en tonos rosados hacia el infinito. Me regalaste la primavera más bella.
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