Sí, pierdo el tiempo. Es verdad. Pero a veces lo encuentro. En los lugares más inesperados aparece cargado de cosas, de historias ni mías, ni tuyas. Historias de nadie, que quién sabe cómo vinieron a acontecer. Me las he venido quedando para mí, me las he estado robando, pero si no tienen dueño, bueno, robo no es. Las he venido atesorando en una caja, las miro, las pienso y repienso. Quisiera que fueran mías de verdad y si tú quisieras te convidaría algunas. No las repetidas, ni las fomes, te compartiría las buenas, las bacanes que cualquiera quisiera tener. Podríamos sentarnos a comer porquerías y mirar estas historias un día de lluvia o un día de calor. Podríamos escuchar música y ver si las letras calzan o si la melodía acompaña. Podríamos dibujarlas, ponerle colores, unos pocos, unos muchos, podríamos tejerlas, yo te enseño si no sabes cómo.
El tiempo perdido es de quien lo encuentra. Yo quisiera que no te fueras, pero claro, ni siquiera has llegado. Tan lesita que vine a nacer. Yo te lo compartiría, todo el tiempo encontrado, todas las historias pegadas como corales, todas las tardes de lluvia, todos los calores, todas las melodías. Inventaríamos un reyno lleno de porquerías, comeríamos hasta el hartazgo, nos llenaríamos de historias inverosímiles, de tiempos muertos, de cantos sordos. Seríamos reyes, pero a veces sería tan pesada esa corona imaginaria, tendría puntas que se entierran como las espinas del rosal. Y aunque te diera cien besos en las sienes, el dolor imaginario se sentiría muy real. Pero luego nos reiríamos, nos quitaríamos las coronas y volveríamos del reyno, volveríamos a pata, andando y desandando caminos. Tomando atajos por montes y valles. O perdiéndonos para siempre. O encontrándonos para siempre. Como sea, te prometo solemnemente que te daré todos los tiempos perdidos que encuentre.
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