Me lo comería todo, todas las voces deliciosas, las risas escandalosas. Los chamullos, las mentiras blancas, que seguramente deben saber a agua de rosas. Me lo devoraría todo, el aire marino, las conversaciones ajenas en el tren, a ti (y lo digo en voz bajita mientras lo escribo, pero lo digo al fin y al cabo a ver si el universo me escucha), me lo llevaría todo a la boca. Hasta reventar. Hasta reventar de gula y placer.
Pero heme acá, me tomé dos, tres tés y ya me dolió la guata. Abrí la ventana y me dio frío. No sé de qué fragilidad estoy hecho. Pero esa parte ansiosa se asoma de vez cuando y me pide salir de esta cueva... sólo un rato. Sin embargo hay alguien que me sujeta de los pies, que me tiene encadenado y todavía no sé quién es. Llego a la esquina y me devuelvo. Me tienen secuestrados hasta los sentimientos, siento un poco y me bloqueo, como si me pasaran una corriente por las espalda que me deja atontado.
Ya son las tres de la mañana y aunque me pesan los ojos, creo que si me voy a dormir, no soñaré contigo, ni con las mentiritas deliciosas, ni con la sal del mar, ni con las murmuraciones ajenas. Voy a soñar con lo mismo de siempre, qué aburrido. Soñaré con imágenes que no entiendo, con personas que no conozco, con frases que no tienen sentido. Con lugares donde nunca he estado ni quiero estar. Soñaré con puros acertijos que no de dan ganas de resolver. Misterios aburridos sin resolver. Qué gran paja.
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