28.1.16

Te vas.

   Yo pretendía con esta confesión sacarme el gusto, el deseo de no volverte a ver nunca más. Porque si vienes o si voy no sé qué podría pasar. Quisiera que fuera como antes, cuando éramos niños y todavía existía todo el futuro. La nostalgia cree que me gustan tus colores y esa manera tan extraña de cómo cresta no cambia para nada tu cara en cada foto. La verdad es que me da pena que sólo recuerde tus facciones en imágenes quietas, que pena que no haya movimiento en mi memoria. Pero es que me es difícil ver a través de estos vidrios grises. Es difícil asomarme también. Es tremendamente duro no fingir. Me gustaría volver más seguido a ese estado bendito de liviandad donde todo parece posible y las horas pasan armoniosas, sin alterar en lo más mínimo los humores. Como cuando era niña y me arrancaba a jugar a los jardines de esos edificios cerca de mi casa. A veces me ponía coronas hechas con varas de sauce y pretendía ser una ninfa del bosque. Ahora soy una ninfa de la ciudad, sobre todo los fines de semana, sin corona ni pretensiones. En esta ciudad que se agranda y achica a su antojo, no tengo ya muchas amistades, muchos simpatizantes. Me acuerdo que alguna vez fuimos amigos de esos que llaman mejores, por un corto periodo de tiempo nos podíamos encontrar a tomar el té, a recorrer las calles, a conversar de nada. En alguna fracción de segundo se me quedó extraviada la intención de ser más honesta y contarte mis verdaderos temores, en esa estación estamos todavía tratando de enamorarnos de nuestros propios pensamientos adolescentes, pariendo una raza fina de mentiras aterciopeladas. Qué pena que me aseguré de dejar todo escondido, me guardé los tesoros que ahora reconozco en otros niños y niñas, escuchando sus alegrías ingenuas. Me gustaría haber sido otra, poder haber transformado mis dudas en emociones cristalizadas, en años de amistad duradera. Ahora espero que se mueva la carretera, que pase el paisaje frente a mis ojos. Aterrorizada de que me vaya a mover un sólo pelo el viento. Siempre pensé que permaneciendo quieta y atenta no me perdería nada, pero las sombras vinieron y se lo llevaron todo, me lo perdí todo, todas las madrugadas, las despedidas, las llegadas. El contacto. Fui a contestar tarde esa llamada, ya estaba enferma y triste. Llegué sin ser invitada y en esa fiesta estaban todos drogados con flores de bach. Tanta cordura y buena onda que nunca pude comprender dónde cabía yo en esa fotografía. Las emociones mezcladas de todos ellos juntos tenían más autocontrol que mi paranoica imaginación. Y esta noche, justo esta noche este recuerdo tardío quiere venir a teñir una pared blanca de una habitación donde un fantasma avergonzado baila todavía en un rincón. Nunca te dije que me hacías recordar a alguien más, alguien más que no conozco. Y ese extraño me persigue en sueños, su rostro cambia constantemente, pero siempre lleva algo que te pertenece a ti. No sé si es otra realidad o tan sólo son sueños de otra ciudad donde no viviré jamás. Es que ese lugar se parece tanto a éste. Pasa lo mismo que acá, tu lógica invade las construcciones mentales que intento levantar para planear la escapada cuando me quiero arrancar de mí misma. Esta versión de mí sin ti es simple. Siempre no estás. Siempre entiendo lo que no dices. Y lo que avientas me llega de golpe en medio del rostro. Un recuerdo tardío nada más, de personas que no están donde yo quiero que estén. Una idea que me hace idealizar a todas las demás. Un filtro que mancha toda capacidad de reaccionar. 

Finalmente sólo puedo decir que tu cariño agrietado y tan geométrico me pincha por todo el cuerpo. Es una pena que rebote y no se quede adentro. Yo sé que en el fondo del océano palpita esta duda nuestra. A lo mejor es más mía que tuya a estas alturas. Me pregunto si yo no hubiera sido una cobarde tal vez el mundo giraría más ligero. Vendrías a mis cumpleaños, habría armarios llenos de cadáveres a los que guardaríamos celosamente. Nos quedaríamos viendo perlículas una tarde de verano atrapados en una ostra gigante, acompañados por el sonido de las hermosas olas turquesas. O saldríamos a veces a la orilla a pedir deseos sin avergonzarnos de cuán estúpidos sonaran, sabríamos que al mar no le importa a quien besa los pies, porque conoceríamos la generosidad. Pasearía contigo por nuestra ciudad tardes enteras y te mostraría donde viví antes de conocerte, donde me pelé las rodillas, donde imaginé que sería mi primer beso, donde casi me atropellan, donde me olvidé de que era una niña. Hasta viajaríamos quizás a esa lugar que no reconozco y seríamos extraños nuevamente. Me hace falta moverme, he viajado tan poco. Y los viajes han sido cortos como nuestras carcajadas.

No hay comentarios.: