Yo pretendía con esta confesión sacarme el
gusto, el deseo de no volverte a ver nunca más. Porque si vienes o si voy no sé
qué podría pasar. Quisiera que fuera como antes, cuando éramos niños y todavía
existía todo el futuro. La nostalgia cree que me gustan tus colores y esa
manera tan extraña de cómo cresta no cambia para nada tu cara en cada foto. La
verdad es que me da pena que sólo recuerde tus facciones en imágenes quietas,
que pena que no haya movimiento en mi memoria. Pero es que me es difícil ver a
través de estos vidrios grises. Es difícil asomarme también. Es tremendamente
duro no fingir. Me gustaría volver más seguido a ese estado bendito de
liviandad donde todo parece posible y las horas pasan armoniosas, sin alterar
en lo más mínimo los humores. Como cuando era niña y me arrancaba a jugar a los
jardines de esos edificios cerca de mi casa. A veces me ponía coronas hechas
con varas de sauce y pretendía ser una ninfa del bosque. Ahora soy una ninfa de
la ciudad, sobre todo los fines de semana, sin corona ni pretensiones. En esta
ciudad que se agranda y achica a su antojo, no tengo ya muchas amistades,
muchos simpatizantes. Me acuerdo que alguna vez fuimos amigos de esos que
llaman mejores, por un corto periodo de tiempo nos podíamos encontrar a tomar
el té, a recorrer las calles, a conversar de nada. En alguna fracción de
segundo se me quedó extraviada la intención de ser más honesta y contarte mis
verdaderos temores, en esa estación estamos todavía tratando de enamorarnos de
nuestros propios pensamientos adolescentes, pariendo una raza fina de mentiras
aterciopeladas. Qué pena que me aseguré de dejar todo escondido, me guardé los
tesoros que ahora reconozco en otros niños y niñas, escuchando sus alegrías
ingenuas. Me gustaría haber sido otra, poder haber transformado mis dudas en
emociones cristalizadas, en años de amistad duradera. Ahora espero que se mueva la
carretera, que pase el paisaje frente a mis ojos. Aterrorizada de que me vaya a
mover un sólo pelo el viento. Siempre pensé que permaneciendo quieta y atenta
no me perdería nada, pero las sombras vinieron y se lo llevaron todo, me lo
perdí todo, todas las madrugadas, las despedidas, las llegadas. El contacto.
Fui a contestar tarde esa llamada, ya estaba enferma y triste. Llegué sin ser
invitada y en esa fiesta estaban todos drogados con flores de bach. Tanta
cordura y buena onda que nunca pude comprender dónde cabía yo en esa
fotografía. Las emociones mezcladas de todos ellos juntos tenían más
autocontrol que mi paranoica imaginación. Y esta noche, justo esta noche
este recuerdo tardío quiere venir a teñir una pared blanca de una habitación
donde un fantasma avergonzado baila todavía en un rincón. Nunca te dije que me
hacías recordar a alguien más, alguien más que no conozco. Y ese extraño me
persigue en sueños, su rostro cambia constantemente, pero siempre lleva algo
que te pertenece a ti. No sé si es otra realidad o tan sólo son sueños de otra
ciudad donde no viviré jamás. Es que ese lugar se parece tanto a éste. Pasa lo
mismo que acá, tu lógica invade las construcciones mentales que intento
levantar para planear la escapada cuando me quiero arrancar de mí misma. Esta
versión de mí sin ti es simple. Siempre no estás. Siempre entiendo lo que no
dices. Y lo que avientas me llega de golpe en medio del rostro. Un recuerdo
tardío nada más, de personas que no están donde yo quiero que estén. Una idea
que me hace idealizar a todas las demás. Un filtro que mancha toda capacidad de
reaccionar.
Finalmente sólo puedo decir que tu cariño agrietado y tan geométrico me pincha por todo el cuerpo. Es una pena que rebote y no se quede adentro. Yo sé que en el fondo del océano palpita esta duda nuestra. A lo mejor es más mía que tuya a estas alturas. Me pregunto si yo no hubiera sido una cobarde tal vez el mundo giraría más ligero. Vendrías a mis cumpleaños, habría armarios llenos de cadáveres a los que guardaríamos celosamente. Nos quedaríamos viendo perlículas una tarde de verano atrapados en una ostra gigante, acompañados por el sonido de las hermosas olas turquesas. O saldríamos a veces a la orilla a pedir deseos sin avergonzarnos de cuán estúpidos sonaran, sabríamos que al mar no le importa a quien besa los pies, porque conoceríamos la generosidad. Pasearía contigo por nuestra ciudad tardes enteras y te mostraría donde viví antes de conocerte, donde me pelé las rodillas, donde imaginé que sería mi primer beso, donde casi me atropellan, donde me olvidé de que era una niña. Hasta viajaríamos quizás a esa lugar que no reconozco y seríamos extraños nuevamente. Me hace falta moverme, he viajado tan poco. Y los viajes han sido cortos como nuestras carcajadas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario