9.2.16

A través del ocaso.


A las 19:43 comienza a bajar el último rayo de sol por el borde del cerro que tengo al frente y las sombras se hacen tan tenues, tan tenues. Siento el frío a las 19:44 porque tengo el ventanal abierto y se cuela una brisa tan leve, tan leve. Finalmente a las 19:45 la luz se hace pareja, el rosado pálido de la pintura pierde aún más fuerza y quedo engullida en un bostezo gigante de malvavisco desabrido. Ya sé que se viene ahora. Pero hemos pactado un acuerdo con la noche para que demore un par de horas extra en llegar. Se recortan las siluetas con los contraluces de la cuadra, las azoteas con sus veletas dobladas, el sindicato de las palomas en filita sobre los bordes de las latas. Techos modernos llenos de ventiladores, chimeneas y antenas de la maldad. Los postes con sus crucificados eléctricos y miles de líneas negras atravesando el celeste desteñido. De vez en cuando un espectro se cuelga de alguna ventana. 
Sé que mis gestos corporales se corresponden con alguna información que debo tener guardada y archivada en alguna parte de mi cerebro, sé que algo quiero expresar al sujetar  y presionar los dedos indice y mayor con la otra mano. Sé que mis ojos idos hacia el espacio donde estaban las ramas ahora inexistentes del árbol recién podado buscan no sólo el reposo verde, sino que una respuesta, tal vez una pregunta, tal vez un insulto que aun no he proferido. Se abalanza entonces sobre mí este sentimiento de inquietud, de meditación inconclusa. Se mezclan las ideas y los temores otra vez mientras veo como tiritan las malezas que salen por las canaletas adosadas a las calaminas. Y la imagen de esos pastos no ha venido hasta mí en esta tarde por razón ninguna, ni por mera casualidad he cesado de darle cuerda a esa vieja manera que tenía de aproximarme a la contemplación de los espacios circundantes. Esa manera que era violenta y estrecha, que dictaba que a esos espacios yo no pertenecía sino que había ido a parar como por condenación divina. Ahora veo esos pastos frágiles y efímeros ahí creciendo, pues de ahí son y no podrían haber crecido en ninguna otra parte más. Así como mi mirada recae en este pequeño universo tan conmovedor como cualquier otro, recae mi sentir y el peso de mi propio cuerpo en esta silla, en este cuarto de donde yo provengo. 

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