A veces vengo y me detengo en el mismo lugar. Paso por alto las señales, me equivoco, retrocedo y vuelvo a empezar. Me acuso y declaro culpable. El verano es mi cómplice más leal. Me asusto un poco y comienzo a llorar. Respiro profundo y sigo avanzando. No hay más descansos ni relevos. No hay otros aficionados a quienes saludar.
Hacer este sendero con mi devota torpeza debería estar en las guías turísticas.
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