Acá es mala la conexión, se escucha el mar hasta en los audífonos. Es un océano de confusión que se pasea de un oído al otro y entremedio lleva palabras que riman. Hay luna llena y siento que todos nos vaciamos lentamente. Como si ella se llevara toda la magia por un momento y no tuviéramos más remedio que seguirle la corriente, como polillas adictas a esa luz tan violentamente bella. Hoy por la playa sentí que recolectaba memorias como conchitas, sentí que pasaban los segundos teñidos de nostalgia y por un momento quedé ciega de tanto recordar. Menos mal que rugen las olas, menos mal que brilla el agua como centellas de algún hechizo antiguo, menos mal que viene el agua y amasa gratuitamente la existencia, aplanando los momentos de duda. Todo se reconfigura. Los sabores en el paladar, las texturas en las manos, el color de mis ojos, el aspecto de mi piel, la forma de mirar y el tono del sentimiento. Y mi lista de reproducción mental mientras tanto se plaga de melodías añejas, aleatorias, ajenas e intrusas. Las algas secas en la arena dibujan mapitas secretos y los nombres de las calles parecen enigmas por resolver. Hoy bajé por Centauro y subí por Escorpión. Algo debe haber ahí.
Este ejercicio de tolerancia que son las vacaciones me tiene extenuada. Y eso me parece fantástico.
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