Eramos las flores bordadas de este campo golpeado.
(Vienen las olas como sábanas llenas de nada y nos cubren así de repente. Vienen las dudas y los recuerdos y los martirios y los pesares)
Eramos todas salvajes bajo la luna de marzo y nadie nos dijo nada. Eramos las lobas tuertas y cojas que corrían sin belleza alguna por las calles destrozadas del puerto. Eramos las flores marchitas y deshilachadas correteadas de todos los floreros clausurados de este desfile pobre. Eramos las atolondradas nerviosas ninfas poco avispadas que teñían de sangre las cunetas, los adoquines malvados. Bebiendo sorbitos de simpatía ajena robados a los infelices que deambulaban por las calles. Nos empapamos de tantos horrores que olvidamos por completo practicar el asombro. Andábamos desbocadas sí, pero con cierto sentido de orientación que nos dejaba de vez en cuando descansar de nuestra afición de perdernos de nosotras mismas. Esa brújula palpitante apuntando siempre hacia el amanecer, apuntando a las nubes, a los trinos de chincolitos intrusos, a los besos de figurantes borrosos, a los vestigios de otrora imperios amorosos. Apuntando intuitivamente, sin tener idea de qué era esa sustancia rosada pegada como sebo en las pupilas de esos otros que parecían disfrutar un banquete al cual no estábamos invitadas. Eramos entonces, las carroñeras, las bestias sin remedio, las últimas de la fila abalanzándonos como fieras sobre los mendrugos, las manchas secas del mantel, los conchos desvanecidos. Nos comíamos los restos de la fiesta, hasta que ya no quedara nada.
Eramos la estrofa desechada de tu poesía, la foto borrada, la letra que se olvida, la hazaña anónima.
Una manga de brutas enajenadas sacándote de quicio, arruinándote la vista.
Y no hay broche de oro para nosotras, ni frase compensadora, ni epílogo o despedida. Nos quedamos así pendientes para siempre, en las calles, en el aire, en la noche, sin reposo. Por siempre las salvajes sin remedio.
(Vienen las olas como sábanas llenas de nada y nos cubren así de repente. Vienen las dudas y los recuerdos y los martirios y los pesares)
Eramos todas salvajes bajo la luna de marzo y nadie nos dijo nada. Eramos las lobas tuertas y cojas que corrían sin belleza alguna por las calles destrozadas del puerto. Eramos las flores marchitas y deshilachadas correteadas de todos los floreros clausurados de este desfile pobre. Eramos las atolondradas nerviosas ninfas poco avispadas que teñían de sangre las cunetas, los adoquines malvados. Bebiendo sorbitos de simpatía ajena robados a los infelices que deambulaban por las calles. Nos empapamos de tantos horrores que olvidamos por completo practicar el asombro. Andábamos desbocadas sí, pero con cierto sentido de orientación que nos dejaba de vez en cuando descansar de nuestra afición de perdernos de nosotras mismas. Esa brújula palpitante apuntando siempre hacia el amanecer, apuntando a las nubes, a los trinos de chincolitos intrusos, a los besos de figurantes borrosos, a los vestigios de otrora imperios amorosos. Apuntando intuitivamente, sin tener idea de qué era esa sustancia rosada pegada como sebo en las pupilas de esos otros que parecían disfrutar un banquete al cual no estábamos invitadas. Eramos entonces, las carroñeras, las bestias sin remedio, las últimas de la fila abalanzándonos como fieras sobre los mendrugos, las manchas secas del mantel, los conchos desvanecidos. Nos comíamos los restos de la fiesta, hasta que ya no quedara nada.
Eramos la estrofa desechada de tu poesía, la foto borrada, la letra que se olvida, la hazaña anónima.
Una manga de brutas enajenadas sacándote de quicio, arruinándote la vista.
Y no hay broche de oro para nosotras, ni frase compensadora, ni epílogo o despedida. Nos quedamos así pendientes para siempre, en las calles, en el aire, en la noche, sin reposo. Por siempre las salvajes sin remedio.
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